Ayer volvió a suceder. Tenía en mente escribir este texto, y volvió a pasar.
En cuanto termino una pieza, tengo la certeza de que su destino se pone en marcha. Hay una energía que comienza a fluir y la puedo sentir. A partir de entonces nada de lo que suceda para ella será casualidad. Es una conexión que existe desde el principio, y como tal, acaba dándose ese encuentro inevitable con la persona para la que está destinada. Es como un flechazo irresistible, un momento emocionante para mí, cuando estoy presente en ese preciso instante. Esto hace que sea mucho más fácil despedir ese trocito de mi misma.
Seguro que a muchos les resultará excesiva esta apreciación. Solo algunos la entenderán, y es con ellos con quién quiero celebrar que las cosas sean como son, tan sencillas y naturales en el fondo.
Ayer encontré a dos de las personas, realmente luminosas, para las que sin duda había creado esas piezas. Obras que habían permanecido casi como resguardadas en su caparazón durante años, hasta ese día en que salieron a la luz para encontrar instantaneamente a las almas indicadas.
Doy las gracias por ser testigo de la magia de la vida y el arte, que con sus efectos magníficos son capaces de sacarnos de este abismo vacío en el que a veces caemos.